Escribir sobre quien es Alex Rovira es como intentar ponerle barrotes al viento y por eso no lo haré.
Rovira es de esos seres humanos, que como Krishnamurti, no son etiquetables, hay que sentirlos mediante la experiencia de su palabra.
Aquí les dejamos un poco de ello. ¡Esperamos que les aporte tanto como a nosotros!
Nos pasamos la vida aprendiendo cosas que nunca ponemos en práctica. ¿No deberíamos asistir a escuelas desde pequeños donde nos enseñaran a pensar?
Sin duda, somos herederos del modelo de educación prusiano del S. XVIII y pareciera que aunque ya estamos en el siglo XXI, hay enormes resistencias a repensar la educación y la formación. En muchos casos pareciera que se fuerza al alumno a una especie de comportamiento bulímico en relación con el aprendizaje.
La lucidez y el pensamiento crítico son poco deseables por el poder, que quiere distraer con el pan y el circo, que quiere evitar ser cuestionado y que en definitiva tiembla ante la posibilidad de que la ciudadanía tenga criterio suficiente como para constatar la evidencia de que el rey está desnudo.
Pareciera que hay una clara apuesta por la mentira, la corrupción, la confusión y la falta de integridad desde arriba. Afortunadamente cada vez son más los docentes que incluyen en su práctica herramientas que fomentan el pensamiento crítico, la colaboración, la reflexión y práctica sobre los valores que convertidos en hábitos devienen virtudes. Hay esperanza si miramos a quienes se atreven a cuestionar y cambiar el statu quo.
Precisamente, el problema que vamos a vivir en el futuro inmediato en muchas sociedades occidentales no será el Covid sino la cultura. Y lo estamos viendo. Y no me refiero a la cultura como el acervo de conocimientos que puede integrar una persona, me refiero a la cultura como lo que la gente hace cuando nadie les ve.
¿Somos víctimas de la realidad que creamos?
Podemos ser víctimas pero también podemos ser creadores. Y la realidad, lo que es, lo creamos (o destruimos) por acción o por omisión. El futuro no es inevitable, es “inventable”, porque precisamente es el mayor elemento de ficción con el que convivimos.
Así que la decisión pasa por movernos del espectro de víctimas al rol de responsables y creadores, con humildad y con voluntad de amor a la verdad, es decir, con integridad y consciencia. No se trata solo de no renunciar a la utopía sino de preguntarnos qué decidimos ser aquí y ahora, qué mundo queremos dejar a nuestros hijos y, quizás más importante aún, qué hijos queremos dejar a este mundo comenzando por el ejemplo que les estamos dando (no prediques, tus hijos te están mirando).
La neurosis, el deseo alentado constantemente por la ambición ciega (valga la redundancia), la psicopatía y el narcisismo mesiánico en el poder junto con la perversión del carácter humano en general están destruyendo a la verdadera madre, la Tierra. El matricidio de la especie ha campado a sus anchas y así estamos. Pero como la mayoría cambia a bofetadas y en resistencia cuando ve el abismo, quizás reaccionaremos, aunque como siempre, tarde y mal. La ignorancia es muy atrevida y se multiplica exponencialmente. Cuando estemos en el abismo vendrá la ciencia y quizás la compasión al rescate.
«La lucidez y el pensamiento crítico son poco deseables por el poder, que quiere distraer con el pan y el circo, que quiere evitar ser cuestionado y que en definitiva tiembla ante la posibilidad de que la ciudadanía tenga criterio suficiente como para constatar la evidencia de que el rey está desnudo.»
¿Cualquier proceso de cambio pasa por desaprender y volver a aprender?
En buena parte todo proceso de transformación pasa por esa premisa, pero también puede pasar por derivadas menores que no implican estricta y necesariamente desaprender sino tener la voluntad, la determinación y el hábito de generar mejoras constantes en los procesos vivos. Sea como sea, hablando de transformar, la vanidad ciega, pero la humildad desvela y revela. Y no es posible una verdadera transformación sin humildad. Humus: esa es la clave.
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“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos” (Antonio Machado) Si le preguntara… ¿Cuál crees que es el sentido de la vida?
Objetivamente la vida no tiene ningún sentido. El sentido de la vida es una construcción subjetiva que a menudo nos hacemos para hacerla más soportable especialmente en aquellos momentos de estupor o duelo que quiebran la falsa seguridad con la que queremos vivir.
Quizás lo razonable es aprender a vivir en una incertidumbre consciente más que en la peligrosa certidumbre inconsciente que tantas personas quisieran pero que es naturalmente imposible. Es imposible asegurar el futuro, solo es posible perder el presente, como escribió Ivan Klíma.
A otro nivel, sin duda el sentido de la vida se sostiene en el amor. Vivimos para amar a alguien o amar a algo. En definitiva el sentido de la vida se sostiene en el amar y el crear. Entendiendo el amar como la voluntad de comprender, cuidar e inspirar para que lo amado pueda realizar su potencial (crear).
Pero a un nivel mucho más evidente y paradójicamente obviado, el sentido de la vida es la propia vida. No requiere racionalización. Es lo que Es.
«La vanidad ciega, pero la humildad desvela y revela»
Según tus teorías ¿la felicidad se aprende?
A todo se aprende: a amar se aprende, a aprender se aprende, a escribir se aprende, a escuchar se aprende, a dialogar se aprende, a reflexionar se aprende, a perdonar se aprende, a ser humilde se aprende, a perseverar se aprende, a ser agradecido se aprende, a ser templado se aprende. A todo se puede aprender. Y la felicidad, como entidad polifacética que es y que depende de múltiples variables como la siembra y cosecha de la alegría, el ejercicio de la gratitud, el reconocimiento de la grandeza en lo pequeño, y tantas otras cosas, si lo integramos todo, se puede aprender a ser feliz, sí. Pero de nuevo, paradójicamente, cuanto más se olvida uno de la felicidad como destino más cabalga uno sobre su lomo. La felicidad no se busca, te encuentra.
La paradoja es que muchas veces hacemos complejo lo que es profundamente simple. La felicidad, a mi modo de ver, más que una conquista, es un estar en el presente en la aceptación radical de lo que es, que no es resignación. Y tiene mucho que ver con la sencillez, con la humildad, con el asombro y esencialmente con la voluntad de comprender y no estorbar, y ayudar si a uno se lo piden y tiene tiempo, ganas y competencia objetiva para hacerlo.
“Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre” Albert Einstein. ¿Cuál es la suya como escritor?
Le hablo al amigo. Es así de simple.
Procuro, tanto cuando escribo como cuando comunico, dirigirme a ese amigo que puede ser conocido o aún no conocido. Pero el gesto interno es ese, el diálogo desde el abrir el regalo de la vida y de la presencia juntos.
Ganaré y perderé, subiré y bajaré y es lo que es seguro es que moriré… y entonces ¿por qué nos preocupamos tanto?
El miedo a la muerte es obviamente el miedo a la vida no vivida. Quien se entrega completamente a la vida deja de temer a la muerte por mucho que esta puede aparecer en cualquier momento. Asumir eso es muy liberador. Cada instante es un regalo extraordinario. Cada momento contiene el arrobo en sí. Vivimos en el milagro sin darnos cuenta y luego vamos mirando cuándo comienzan las rebajas. Tememos porque no vivimos. Y gran parte de la especie se mueve constantemente en una huida hacia adelante.
En realidad la experiencia de la muerte es la del sueño profundo. ¿Qué tememos, qué deseamos, qué esperamos cuando estamos allí en la experiencia del no-ser? Nada. Cuando morimos volvimos al lugar en el que estábamos antes de nacer. Estamos ávidos de vida porque la despreciamos y no le damos valor. Tememos a la muerte porque no nos damos cuenta que es la vida misma en su falta irreversible.
El miedo a la muerte es obviamente el miedo a la vida no vivida.
El planeta sufre las consecuencias de nuestro consumo irresponsable. Los animales desaparecen y los mares suben cada vez más y más. ¿Qué tal te llevas tú con la naturaleza?
Leo esta pregunta y la enlazo con la respuesta anterior y me doy cuenta de que no ha sido de manera premeditada. Si hay algo que amo es la naturaleza porque es en verdad el sustrato, la esencia de todo lo que es. No somos más que naturaleza, pero en nuestra confusión le damos las riendas al pequeño yo-idea que creemos ser y que para sentirse pleno devora a la propia naturaleza. Hemos perdido la mirada apreciativa necesaria, la gratitud imprescindible y la humildad reveladora para darnos cuenta que sin ella no somos nada, no somos. Quizás la empezaremos a valorar cuando tengamos que pagar por respirar.
Y a ti ¿qué te importa de verdad?
Procurar comprender y no estorbar. Y cuidar lo que amo.
Entrevista: Ana Quintana