Ramón Larramendi es el primer explorador de la familia. Su padre no pisaba un parque y su madre alguna vez le llevó a la Casa de Campo en Madrid. Era un niño urbanita. En su casa no había televisión, pero si una gran biblioteca. Había un libro de los Polos, que pertenecía a una enciclopedia de naturaleza, que le atrajo especialmente. Con 11 o 12 años lo leyó más de 5 veces. Esa fue la semilla que le ha llevado a Ramón, durante 35 años, a recorrer más de 33.700 kilómetros por el Ártico y la Antártida sin ningún medio motorizado. Ramón vive parte del año en Groenlandia, donde tiene su segunda residencia. Es un apasionado por el conocimiento y la divulgación de las regiones polares y posee una de las mejores bibliotecas de España sobre este tema. Ha puesto en marcha Trineo de Viento, el único vehículo cero emisiones para la exploración científica polar, un proyecto único en el mundo. Fundó y dirige la agencia de Viajes Tierras Polares, que organiza rutas y expediciones por estas regiones.
Para Ramón ser explorador es conocer, experimentar y recorrer los caminos no recorridos. Una búsqueda geográfica, pero también personal.
Ramón, ¿cuándo decides que vas a explorar el mundo?
Comencé yendo a la montaña, a escalar con los amigos, y fui fascinándome por la naturaleza. Fue a los 19 años que decidí realizar mi primera aventura, cruzar los Pirineos, desde el Atlántico al Mediterráneo, en invierno y con esquís. Fui con dos compañeros del colegio y tardamos 55 días.
¿Y a tus padres les pareció bien que hicieras esta “excursión”?
Mis padres no me incentivaron y tampoco me coartaron. Mi padre trabajaba en una compañía de seguros. Evitaba el riesgo. Pero en el fondo era un lanzado. Supongo que confiaban en mí.
¿Cuál fue la siguiente aventura?
Fue un poco por azar. El padre de uno de mis amigos era ingeniero y trabajaba en una naviera, en el puerto de Reikiavik. En una ocasión hablamos con él y consiguió que nos dejaran viajar en un barco mercante a Islandia. La cruzamos también con esquíes. Pero estuvimos a punto de abortar el plan porque la policía nos decía que nos íbamos a morir. Conocimos a un guía francés y nos animó a seguir. Nos dio un sólo consejo: “enterrad todas las noches la tienda, a un metro de profundidad”, y efectivamente fue nuestra salvación. Tardábamos dos o tres horas todas los días para montar la tienda, pero la instrucción fue clave. Estuvimos 33 días, con un mapa y una brújula, con muy mal tiempo, mucha ventisca y tormentas.
Sabía que iba a morir, no tenía ninguna duda. Sobreviví porque estaba seguro de que iba a morir. Entonces entré en un estado absoluto de paz y tranquilidad donde perdí el miedo.
Supongo que habrá corrido muchos riesgos en sus viajes.
Pues sí. He estado a punto de morir varias veces. Te contaré una de ellas. Fue en mi tercer paso iniciático. Presentamos una hoja escrita con nuestra idea de cruzar Groenlandia al concurso “Tu aventura vale un millón”, de Antena3 y Nescafé, y sorprendentemente ¡lo ganamos! Me fui dos meses a cruzar Groenlandia, de este a oeste, con mis dos amigos del colegio, Teníamos 20 años. Llevábamos un sextante, porque entonces no había GPS. Cuando salimos de un glaciar, nos equivocamos de coordenadas y cogimos el camino malo, con grietas de 60 metros de profundidad. En una tormenta perdí los crampones. Sabía que iba a morir, no tenía ninguna duda. Sobreviví porque estaba seguro de que iba a morir. Entonces entré en un estado absoluto de paz y tranquilidad donde perdí el miedo. Durante dos días que atravesamos esa zona, estuve en silencio, en un estado de conciencia completamente diferente. Todos los pasos los hacía con la precisión exacta, con la fuerza exacta y con la seguridad exacta. Cuando te mueves sin miedo, haces cosas increíbles. Siempre es el miedo el que te condiciona, el que te echa para atrás.
¿A que tienes miedo?
A muchas cosas, aunque no soy especialmente miedoso, pero siempre hay un punto de miedo. La clave de estar vivo es tener algo de miedo, la cuestión es cómo conseguir un término medio, entre ser valiente, y tener respeto, ser consciente de las cosas que te pueden pasar, es un difícil equilibrio que es el que te permite arriesgar y sobrevivir. Es fundamental para que te salgan bien las expediciones, porque tienes que estar alerta, muy consciente de los riesgos para poder tomar decisiones.
¿Qué aptitudes debe tener un buen explorador?
El ártico es más una cuestión de actitud, que de aptitud. La más importante es la actitud ante la adversidad, es decir, cómo reaccionas cuando todo se viene abajo y parece imposible hallar una solución. Son fundamentales también la curiosidad, necesaria para emprender una expedición, la pasión, que es el combustible necesario para complicarse la vida en proyectos con cero rentabilidad, y sobre todo un optimismo ilimitado.
Hace 30 años fuiste el ‘alma máter’ de la Expedición Circumpolar, en la que recorriste 14.000 kilómetros con trineo de perros y kayak desde el sur de Groenlandia hasta Alaska. La travesía duró tres años y se ha considerado el más importante viaje de exploración geográfica del siglo XX. Una aventura, jamás antes realizada, que mereció un extenso artículo en la revista National Geographic y que relataste en tu libro Tres años a través del Ártico ¿Qué significó para ti esta experiencia?
Ese viaje cambió mi vida. Quería hacer algo que realmente me desconectase con la realidad que conocía, quería ir más allá, trasladarme mentalmente a otra realidad. Para eso tenía que conocer la vida inuit, aprender su idioma y sus costumbres. A los 10 días de llegar de España, le compramos a un danés unos perros. Iba con Rafa, un español que acababa de conocer. Primero tuvimos que aprender, un invierno entero, a manejar los perros para el trineo. No hay cursillos, nadie te enseña, ellos aprenden de niños. Estuve de pardillo total, observando y buscándome la vida. Un invierno sólo de aprendizaje, cometiendo el máximo de errores, en un lugar en el que, en principio, había solución. Sólo en ese tiempo estuvimos a punto de morir varias veces. Una vez nos pilló una tormenta, nos perdimos y nos metimos en una zona de hielo fina. Tuvimos que pasar la noche al aire libre. Al día siguiente me caí al agua. Otro día se nos cayó el trineo, estábamos mojados, sin bebida, sin comida… y todo esto eran sólo «excursioncitas», lo que queríamos hacer era recorrer 14.000 kilómetros. En cualquier caso, no fuimos imprudentes del todo. Fue importantísimo que al principio tuviéramos experiencias duras para aprender. En cada pueblo pedíamos información a la gente. Llevábamos a la práctica la filosofía de “allí donde fueres haz lo que vieres”. Nos construimos el trineo de madera, como hacían ellos. Cosíamos y llevábamos la ropa que llevaban ellos, nada de gorotex de tres capas. Tonterías las justas. Dormíamos en tienda de campaña o en los pueblos. Nunca pagamos alojamiento. Nos invitaron en todos los sitios. Estamos hablando de 1992, era la época pre turística.
Fue sin duda tu gran viaje
Si, para mí no hay nada ni remotamente equiparable a los 3 años de viaje entre Groenlandia y Alaska. Ha sido mi mayor experiencia vital, algo único e irrepetible, y por fortuna en una época anterior a la explosión tecnológica que vino justo después con Internet, teléfonos satélites y GPS.
¿Cómo preparaste el viaje?
Realmente tú no puedes preparar un viaje así. Hubo varias claves, poco convencionales, en esta expedición.
Si lo quieres preparar y tener todo controlado y planificado antes de partir, nunca lo empezarías. Comprendimos que era necesaria una improvisación planificada, es decir formaba parte del plan el que fuéramos improvisando, dependiendo de las condiciones que íbamos encontrando. Íbamos aprendiendo y recibiendo información de la gente local de los pueblos remotos, y confiábamos que muchas cosas se resolverían en el lugar.
Teníamos el objetivo de recorrer los 14.000 kilómetros, sin embargo sabíamos que era clave que el objetivo, o el éxito final, no nos obsesionase, concentrándonos totalmente en los problemas que se presentasen día a día. Otra de las claves fue no tener prisa. Seguíamos el ritmo de la naturaleza, que es cómo funcionan los Inuits. Si queríamos, o hacía falta, nos quedábamos varios días, semanas e incluso meses en algún pueblo, enriqueciéndonos por la experiencia humana, tan importante como la otra.
¿Y siempre ibas con el mismo grupo de expedición?
Yo hice la ruta completa, pero iba cambiando de compañeros.
Si te metes en el mundo de la duda, de comerte el tarro, te quedas en casa viendo la tele. La confianza en ti mismo es tu única arma, es tu único superpoder porque el resto no es tangible.
¿No te parece una locura el haberte lanzado así a esta aventura?
Viendo con perspectiva este viaje, era una locura total. Lo que tenía era la confianza de que iba a ir encontrando soluciones sobre la marcha. Si hubiera esperado a tener todo preparado, con 54 años que tengo, aún me quedarían cosas por aprender y no lo habría hecho ¡Menos mal que lo hice! Tenía 24 años, pienso que estaba en la edad límite para hacerlo. Tenía la experiencia necesaria para poder llevarlo a cabo y la inconsciencia necesaria también. Si te metes en el mundo de la duda, de comerte el tarro, te quedas en casa viendo la tele. La confianza en ti mismo es tu única arma, es tu único súper poder, porque el resto no es tangible. En la vida no está todo seguro. En la vida hay riesgo y yo me la juego porque es mi elección vital. El mundo de hoy es el mundo de la ultra seguridad. Lo detesto. A mi hijo le intento inculcar que tome riesgos pero el entorno es tan opuesto que es muy difícil.
Llevas viajando 35 años a Groenlandia y eres un testigo privilegiado de la transformación de los polos debido al calentamiento global ¿qué efectos estás observando?
Veo cómo la primavera se adelanta, cómo aumenta la contracción del mar helado, el derretimiento de los glaciares y del permafrost. El suelo se está derritiendo y todas las casas construidas se tuercen y se hacen inservibles. El impacto es brutal.
¿Qué crees que se puede hacer para frenar el desastre?
Primero es la educación, para entender la complejidad del problema, que es de una magnitud abrumadora, y constantemente se sobresimplifica. Hay una parte de cambiar determinados comportamientos, otra de incrementar la conciencia ambiental y de fragilidad, pero creo firmemente que es necesario un enorme impulso a la investigación y a la innovación técnica para generar soluciones técnicas que sean simples, efectivas y puedan ser exportadas al tercer mundo de un modo muy económico.
Como tu invención del Trineo de Viento.
Si, aunque obviamente el trineo de viento tiene un uso en un nicho muy reducido y específico, como es la investigación polar. Pero es el único medio para realizar proyectos científicos en las regiones más inaccesibles y remotas, con 0 emisiones y 100% ecológico. Está inspirado en el trineo inuit y es la primera plataforma de investigación limpia en el mundo. El trineo es una innovación, simple, efectiva y más económica que otros sistemas. Soy escéptico del éxito de las soluciones muy costosas, porque éstas difícilmente serán adoptadas por los países en vías de desarrollo. Salvando las distancias, conceptualmente creo que el trineo, aún siendo una solución simple, es un modelo de innovación, en lo que respecta a la búsqueda de soluciones efectivas, y sin descartar elementos de la sabiduría y conocimiento anterior a nuestra época.
Por último Ramón, ¿dónde está tu hogar?
El hogar lo llevo dentro.
Una entrevista de María Talavera