Estuvimos charlando con Joaquín Araújo Ponciano, naturalista y autor español de numerosos libros. Joaquín es presidente del Proyecto Gran Simio en España.
En 1991 su labor fue reconocida con el Premio GLOBAL 500 de la ONU. Ganó el Premio Ondas Mediterráneas de Difusión y Sensibilización 2004 y el Premio Fundación BBVA a la Difusión del Conocimiento y Sensibilización en Conservación de la Biodiversidad 2006.
Es todo un honor tener su reflexión en Azul Zero.
Casi 30.000 especies de flora y fauna a nivel mundial, se encuentran en peligro de extinción. ¿En qué crees que nos hemos equivocado?
Por supuesto nos hemos equivocado desde el origen mismo de nuestra actual civilización. La segregación de la Natura se salda, en no escasa medida, con el sometimiento apropiación, saqueo, destrucción y muerte del resto de los seres vivientes. Pero no menos en la alteración de los grandes sistemas y procesos ecológicos. Intelectualmente la gran equivocación fue arrancarnos de lo que somos, del resto de la natura, el considerar que no éramos una parte de la misma, olvidar deliberadamente que necesitamos exactamente las mismas materias primas y elementos esenciales que todos los otros seres vivos. Aupados en esa arrogante supremacía hemos adelantado mucho en muchos aspectos pero también hemos conseguido la casi desaparición de las relaciones básicas y de no pocas especies. Poco si lo comparamos con la alteración sustancial del comportamiento del clima y los océanos. Es más, la totalidad de la vida está ahora mismo amenazada precisamente por esa consideración de que podemos vivir sin los y lo demás. Cuando lo y los necesitamos sin que la Natura, por cierto, nos necesite a nosotros en absoluto.
La naturaleza y los animales no producen basura como lo hace el ser humano. ¿Tenemos un problema en nuestra forma de consumir?
Desde luego. Una de las claves para entender lo que sucede pero no menos lo que debería suceder es nuestra actual forma de consumo. Está basada fundamentalmente en la obsolescencia programada y en la rápida sustitución de unos productos por otros incluyendo el proceso de acumulación de casi todo.
Al haber crecido exponencialmente la población del planeta y su capacidad de consumo estamos al borde de sobrepasar los límites, no ya de las reservas de materias primas, sean del tipo que sean, sino incluso de interrumpir los procesos que hacían inagotable a la naturaleza. Me refiero, por ejemplo, la fertilidad natural o la capacidad misma de crecimiento espontáneo que tiene la mayoría de los seres vivos. Las mayorías son unas compulsivas consumidoras que descuidan una de las más importantes sabidurías de este mundo. El que pretende acceder a todo acaba literalmente con nada. Al final el consumismo conseguirá que nos consumamos incluso a nosotros mismos.
¿Qué te enseña un árbol que no te ha enseñado un ser humano?
Los árboles me han enseñado lo que considero literalmente más importante en este mundo: el que tu paso por la vida no signifique exclusión o merma de las otras formas vivas. El árbol nos regala fundamentalmente una lección de convivencia. Es el punto de encuentro esencial entre todos los elementos básicos de la vida. Es la gran fonda para la multiplicidad vital del planeta. Es el mejor administrador del tiempo y el espacio que existe. El árbol, es más, resulta su propia fuente y su propio clima. Pero sobre todo – recuerdo a Walt Whitman en un precioso verso – “el bosque es muestras y especies que nunca son solo para sí mismo”, es decir que siempre ayudan al resto de los seres vivientes. En definitiva el árbol es un benefactor absoluto para el conjunto de la vida al que no solamente mantiene y consiente. También es el principal elemento sanador de cara a las enfermedades ambientales importantes de este momento histórico. Incluso es un excelente antídoto contra la ansiedad, la prisa y esconde la solución a todas nuestras necesidades alimentarias, de sanidad y energéticas.
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¿Cuál es tu propuesta para incluir en la educación un modelo de respeto a todos los seres vivos?
El sistema educativo está muy lejos de acercarnos a una elemental comprensión, no ya de las perniciosas formas de vivir dominantes y dominadoras. Muy poco aborda acerca edel funcionamiento de la Natura. Brilla por su ausencia el que los educandos sepan la infinidad de regalos que nos hace la vida para que podamos vivir. Todavía más lejos queda de la gran propuesta de rectificación en todos los campos de la actividad humana que necesita el planeta para no sucumbir. Me refiero a la ética ecológica, o para expresarlo con más sencillez un respeto generalizado por parte de nuestra especie al conjunto de lo que vive. Para lograrlo el primer paso que habría que dar es incluir la asignatura VIDA en la totalidad de los niveles de la educación incluyendo las maestrías de post- grado. Siempre, en la formación, especializada o no de cualquier estudiante y nivel, habrá que incluir los ciclos y procesos ecológicos esenciales.
Primordial también el que la enseñanza se desarrolle al máximo posible en contacto directo con todo esto que queremos mantener, con lo espontáneo, el paisaje, el bosque, los manantiales… Será una educación sentimental, fundamentalmente estética, de apreciación de la Belleza anterior a nuestras capacidades creativas.
También debería haber una convivencia con los elementos más discriminados, es decir con los animales y con el sector primario, con la cultura rural. No se puede hablar de civilización culta si no incluimos también la parte de la de la humanidad que consigue los alimentos para el resto de la misma.
“¡Qué delicia desayunar transparencia, almorzar lucidez, cenar ocasos anaranjados!” Son muchos los que viven sin sentir que son parte de la naturaleza ¿Es esto un problema educacional?
Por supuesto la inmensa mayor parte de los habitantes de este mundo no solamente carecen del sentimiento de la Natura que, como decía don Miguel de Unamuno, es la pauta más el refinada, elevada y sublime de la misma cultura. Amar lo salvaje es lo mejor que puede hacer un civilizado de verdad. Hay que naturalizar el humanismo. Hay que vivificar las tecnologías. Casi nadie aprecia la extraordinaria oferta de la belleza natural, ni el extraordinario caudal de regalos incesantes que el resto de los vivientes nos hace. Somos posibles por la Natura y percatarse y agradecerlo pasa por la autocrítica a tanta arrogancia como acompaña al estilo de vida de una sola especie. Conviene situar todo lo que es la artificialidad de lo urbano y acumulativo en el lugar que le corresponde: el de los parásitos. Entre creer y obedecer a las pantallas o aliarse con lo que lleva 3500 millones de años proporcionando vida, renovándola y renovándonos a cada instante, unos pocos preferimos esto último. Hay que reconocer y defender al que produce lo esencial. Nosotros transformamos y nos apropiamos pero nada creamos realmente.
Chris Goodall me decía que el ritmo de nuestras acciones no es lo suficientemente rápido para frenar la crisis climática ¿Estamos a tiempo?
Tenemos diagnósticos para todos los gustos. En cualquier caso hay unanimidad, en la comunidad científica y en el ecologismo, sobre el hecho de que queda muy poco tiempo. Los optimistas hablan de un plazo de todavía 30 años, es decir que llega hasta la mitad del siglo. Tiempo en el que se arbitrarían todas las medidas de austeridad, cambio de tecnologías e incluso de estilo de vida. Todo ello para no colapsar el propio sistema. Ojalá fuera cierto.
Soy de los que mantengo que, como mucho, tenemos cinco años. Por tanto está bastante claro que queda muy poco tiempo y no hay ningún proyecto serio de ninguna administración mundial que eleve a rango de muy urgente la aplicación de las drásticas medidas. Esto no quiere decir que no tomemos decisiones individuales y actuemos en consecuencia. Nada se arregla si no empieza uno mismo a hacerlo. Sin la colaboración individual no es posible mejorar. Es lo mismo que las medidas de prudencia e higiene que nos resultan hoy indispensables por la pandemia. Por tanto mientras llegan las grandes decisiones de los poderes de este mundo seamos nosotros dueños de nuestra propia iniciativa y hagámonos amigos de la vida, luchadores por la transparencia y solidarios con todos los futuros. No hay gesto insignificante.
Un llamamiento para aquellos que aún siguen tirando basura en el campo o al océano…
Todas las formas de contaminación y la basura lo es, aunque por supuesto de menor importancia que el anhídrido carbónico, los productos clorados o los biocidas e insecticidas, son una agresión que no solo repercute gravemente en el derredor. También en nosotros mismos. Creo que una de las mejores formas de definir esta avalancha de tóxicos y basuras que definen esta civilización es que comienzan en la ignorancia y acaban en nosotros mismos
Toda degradación ambiental, extinción o contaminación es un boomerang , algo que nosotros lanzamos y que vuelve al punto de partida pero con una violencia y contundencia infinitamente mayor y nos convierte en víctimas. Conviene tener presente que esta civilización es un verdugo que se decapita a si misma.