Estuvimos charlando con Katia Hueso esta doctora en biología, especializada en temas de protección de paisajes y de espacios naturales, es la fundadora de la primera escuela al aire libre en España. Una mujer que reivindica el jugar al aire libre como una parte del bienestar físico y mental del niño.
Una entrevistas que llenan tanto el intelecto como la emoción.
La comunidad científica lleva años advirtiéndonos de los desastres que ocurrirán como consecuencia del cambio climático. Cada vez es más frecuente y quizás más intenso, fenómenos como las sequías debido al aumento de las temperaturas. ¿Crees que estamos perdiendo la lucha frente al cambio climático?
Como bien sabemos, el cambio climático antropogénico hace tiempo que está teniendo lugar, no es algo que a estas alturas se pueda prevenir. Nuestra tarea, por eso, va a estar tanto en el campo de la mitigación, para ralentizarlo en la medida de lo posible, como en el de la adaptación, para aprender a convivir con él. Dado que es algo que va a requerir un gran esfuerzo, trato de no ver este problema como una lucha contra algo más o menos abstracto y poderoso, sino como una oportunidad de aprendizaje para cambiar nuestra relación con la naturaleza. Intento también evitar el discurso catastrofista, sin entrar por supuesto en el negacionismo. Ni está todo perdido, ni va a descubrirse una tecnología que resuelva el problema. Estoy segura de que sabremos encontrar un camino por el cual mejoraremos nuestra relación con la naturaleza y, ojalá, atenuaremos los efectos del cambio climático y otros desastres que hemos causado como especie. No será un camino fácil ni justo para todos, requerirá sacrificios que van más allá de la incomodidad incluso para los colectivos más privilegiados, pero veo posible a medio plazo vivir en un mundo menos agresivo y más cercano a su esencia: la naturaleza.
Entre otras cosas, la tecnología hace que constantemente los niños demanden experiencias nuevas ¿no sería más lógico que fueran ellos los que crearan sus propias experiencias? ¿es un problema de educación o de consumo?
Las experiencias que tenemos en la vida cobran sentido cuando son significativas, es decir, cuando hay un contexto lógico y un aprendizaje que extraer. Vivencias como mojarnos bajo la lluvia, cuidar de una mascota, aprender a cocinar galletas o incluso el primer beso están dotadas de significado, pues nos permiten madurar y mejorar en nuestro desempeño en las tareas que sea. Las experiencias mediadas por múltiples aparatos, no nos permiten aprender de ellas de la misma manera, pues suelen ser las de otros (aunque sagazmente ocultas bajo un avatar que hayamos creado al efecto) o están fuera de contexto. Esto hace, además, que nuestras decisiones no tengan consecuencias, como cuando matamos al malo o nos estrellamos con un supuesto coche. Este tipo de experiencias, además, son adictivas precisamente por eso, porque dejan poco poso y necesitan ser cada vez más extremas para captar nuestro interés. Sin duda sería mejor que cada uno se creara sus propias vivencias, a la medida de sus necesidades de desarrollo y aprendizaje, a partir de su propia iniciativa y con resultados tangibles y reales. Idealmente, estas otras experiencias permiten avanzar en lo que se conoce como la zona de desarrollo próximo. Nos sacan de nuestra zona de confort, pero no tanto como para rechazarlas y, así, poco a poco, se crece como personas. ¿Por qué nos hemos alejado entonces de la vida real para adentrarnos en lo virtual? Supongo que es más sencillo vivir experiencias sin consecuencias desde la comodidad del sofá, pelearnos o competir sin despeinarnos o sudar. Tanto para los niños como para los padres, que respiran y descansan, sabiendo que todo está bajo control. Pero está claro que es un arma de doble filo, lo que no aprenden con experiencias reales desde pequeños y les va dando responsabilidad, autonomía, autoconocimiento, resiliencia… va a costar mucho más hacerlo a edades mayores. Y entonces sí que va a ser un descontrol…
Las experiencias que tenemos en la vida cobran sentido cuando son significativas, es decir, cuando hay un contexto lógico y un aprendizaje que extraer
Al margen de tu trabajo ¿Qué encuentras tú en la naturaleza?
Lo que he descubierto “trabajando” en la naturaleza es que no distingo con tanta claridad mi vida profesional de la personal, en este caso para bien. Supongo que es bastante habitual para los que tenemos una actividad algo ecléctica, combinando las tareas de gabinete, con viajes, trabajo de campo, docencia, etc. Tengo además la suerte de disfrutar de todo lo que hago, de que he podido visitar lugares maravillosos, conocer a personas fascinantes y -ojalá- aportar mis experiencias a otros, gracias a mi profesión. La naturaleza, en torno a la cual gira todo lo que hago, me emociona siempre, tanto si estoy en mi tiempo de ocio como si es laboral. Cuando imparto docencia al aire libre, me nutro también de las emociones de los otros, de su mirada y de sus reflexiones. Cuando hago trabajo de campo me sumerjo en la tarea y aprendo que quienes me guían o me acompañan. Pero quizá lo que más disfruto, cuando de verdad desconecto, es cuando puedo tomarme un tiempo para prestar atención a las pequeñas cosas. Me aparto del ordenador, de las obligaciones domésticas y salgo a pasear. O, si se puede, me tomo un paréntesis en un viaje de trabajo. Es cuando me vuelvo un poco niña y me fijo en el frenesí de los insectos, el planeo de las aves, en las pequeñas flores que aparecen en primavera o en las gotas de lluvia sobre las hojas… Hago fotos, dibujo, escribo notas o simplemente miro y siento, y el tiempo desaparece. Es una especie de meditación, algo heterodoxa, pero muy sanadora.
¿Qué es la vitamina N y donde podemos conseguirla?
Es un ingenioso término que inventó el periodista norteamericano Richard Louv para describir el efecto saludable que tiene estar en la naturaleza. Evidentemente es una metáfora: no hay pastillas de vitamina N. Para conseguirla no hay trucos ni atajos, sólo se puede obtener permaneciendo en contacto con la naturaleza. Dicho esto, la tenemos más cerca de lo que parece. No es necesario irse a lo más profundo de un parque nacional, sino de percibir y disfrutar de cualquier naturaleza, desde un paseo por el bosque a las plantas de nuestro balcón. Es más bien una cuestión de mirada: de nada sirve subir al pico más alto de una cordillera si vamos con los cascos puestos o pendientes de marcas personales. Eso está muy bien para quien le guste, pero es una actividad diferente. Para conectar hay que estar abiertos, observar con todos los sentidos y dejar que nos sorprenda. Aunque sea una simple brizna en el asfalto o una vista desde un sexto piso. Todo eso es vitamina N. Cuidar de la naturaleza, de un pequeño huerto, una mascota o las plantas que decía antes, incrementa su efecto beneficioso, porque nos implica emocionalmente y hace que tengamos un rol más activo en esa conexión. La emoción de ver crecer un tomate sólo la entiende el que la ha experimentado. Animo a intentarlo, y disfrutar de una merecida y vitaminada ensalada al final.
«La emoción de ver crecer un tomate sólo la entiende el que la ha experimentado»
Un consumo irresponsable ha hecho que la naturaleza esté pagando nuestros errores. ¿No tendemos más a resolver el problema que a prevenirlo?
Si, desde luego estamos ocupándonos más del síntoma que de la enfermedad. Por eso decía que necesitamos reaprender a relacionarnos con la naturaleza, al tiempo que tendremos que adaptarnos a los cambios que hemos causado. Si sabemos entender la dependencia que tenemos de ella a un nivel más profundo, sabremos adecuar nuestra demanda de servicios y productos a lo que realmente precisamos y no a lo que creemos necesitar. Creo que para ello es necesario reajustar nuestro sistema de valores, mostrar gratitud por lo que recibimos y no darlo por hecho, agradecimiento que nos hará ser más conscientes y cuidadosos de quienes somos. No se trata de personificar o sacralizar la naturaleza, algo perfectamente válido si se quiere, pero sí de apreciar de forma genuina y justa lo que obtenemos de ella.
El planeta llora, los campesinos son desplazados de sus tierras, los habitantes de las ciudades cada vez se sienten más solos ¿en qué cree que nos hemos equivocado?
La verdad es que tenemos un panorama tremendo, que demuestra cómo nos hemos alejado de nuestra conexión genuina con la naturaleza, la que de hecho nos hizo posible crecer como civilización. Es la gran paradoja: nuestra cultura avanzó gracias a los recursos naturales, que ahora escasean por no haber sabido regular su uso a tiempo. Es el precio de un desarrollismo desaforado de ciertas regiones del planeta, que han sido ya definidas como “sobredesarrolladas”, frente a otras que aún no lo están, pero que se miran en nuestro espejo. Los problemas ambientales y sociales están tan imbricados que resulta imposible resolver unos dejando a los otros de lado. Una relación más sana y consciente con la naturaleza se traducirá en una sociedad más justa y amable. Ojalá supiera cómo llegar hasta allí. Ya decía el antropólogo estadounidense Jared Diamond que cometimos una gran equivocación en el Neolítico, al cambiar de un estilo cazador-recolector a uno sedentario y agrícola. No sé si yo llegaría tan lejos con esta apreciación, pero está claro que la aceleración de consumo, más acusada en el último siglo, viene de patrones de comportamiento establecidos mucho tiempo atrás. Revertir esto no va a ser sencillo, pero como mínimo debemos pararnos a reflexionar sobre ello y repensar nuestro estilo de vida.
¿Qué te importa de verdad?
¡Caramba, vaya pregunta corta pero contundente! Para contestar me voy a apoyar en la clásica trilogía “salud, dinero y amor”, aunque me permito adaptarla un poco. Así, perseguiría el bienestar social y natural en general, desearía tener la capacidad para crearlos y me gustaría que existiera un sistema de valores que afiance ese bienestar. A título más personal, me encantaría formar parte activa de esa transformación y poder disfrutarla con mis allegados. Mientras tanto, me conformo con prestar atención a las pequeñas cosas, alimentar el sentido del asombro al que apelaba Rachel Carson, y dejar atrás una huella bonita.
Una entrevista de Ana Quintana